miércoles, 17 de octubre de 2007

ROSALIO CASTILLO LARA, IN MEMORIAM

Por Antonio Sánchez García

Tuve el inmenso honor de conocerlo personalmente y admirar su gran cordialidad y su extraordinaria cultura. Fuimos hasta San Casimiro con Tulio Álvarez para recogerlo y reunirnos en Caracas en un almuerzo con amigos comunes, hondamente preocupados por la tragedia que ya se avizoraba y hoy parece enseñorearse sobre nuestra patria. Deseábamos conocer su opinión sobre los destinos de éste su bienamado, nuestro bienamado país. Me impresionaron su franqueza, la profundidad de sus palabras, la sencillez con que se refería a su vida pasada y en la que destacara como uno de los más importantes príncipes de la iglesia, no sólo de Venezuela sino del mundo entero. Y la naturalidad de su fe, inconmovible, siempre alegre y juvenil. Su verticalidad y su defensa intransigente de los valores cristianos. Recuerdo cómo, en cuanto subió al vehículo en que lo traía a Caracas, pidió nos encomendáramos a una beata que veneraba, de la que nos contó vida y milagros con entusiasmo juvenil. Hasta en sus invocaciones gustaba de la gente sencilla, humilde, popular. Como quienes le rodeaban en el retirado caserío cercano a San Casimiro, donde pasó su retiro luego de ser autorizado a dejar el Vaticano por el Papa Juan Pablo II.

En ese encuentro informal nos dio una lección de sabiduría política, de integridad moral, de grandeza y patriotismo. Nos relató su vida pasada desde su juventud en Roma y sus trabajos en tareas de primera importancia en el Vaticano. Se refería a Juan Pablo II y a Benedicto XVI con profundo respeto, pero con la natural simpatía de un Par Inter Pares, de quien había compartido con ellos días y días de trabajos conjuntos. Había sido mano derecha del Papa Peregrino y su principal asesor en asuntos de derecho canónigo, del que era uno de los más profundos conocedores. Fue así, como al pasar, que supimos de sus paseos por los espacios del Vaticano y la Roma inmortal junto al cardenal Ratzinger, uno de sus entrañables amigos y compañeros, elevado al máximo rango eclesial bajo el nombre de Benedicto XVI. Había estudiado teología y filosofía en Bonn, entonces capital de la Alemania Federal , y hablaba su idioma con absoluta fluidez. Como otros idiomas, políglota y culto como era.

De allí la sorpresa de ver unidos en una misma figura una gran cultura universal con la sencillez de un hombre del común, un hombre de nuestro pueblo. Fiel a los principios de la iglesia y a su humilde y sencilla venezolanidad era al mismo tiempo un demócrata ejemplar. Intransigente frente al crimen político, a los abusos de autoridad, a la charlatanería, la prepotencia, la corrupción y el estupro que se han apoderado de su amado país tras las falsas vestiduras del socialismo. Luchó desde su juventud contra el totalitarismo soviético que pretendía apoderarse de Italia, en donde se encontraba realizando sus estudios. Y jamás se dejó embaucar por los cantos de sirena de teologías engañosas e infecundas. El mensaje de Cristo estuvo para él siempre indisolublemente vinculado con la idea de la libertad, de la emancipación, de la plena vigencia de los derechos humanos. Del auxilio y solidaridad con los pobres y la lucha por terminar con la miseria, en todas sus expresiones.

El pueblo de Venezuela pierde en él a su mejor, a su más insigne, a su más preclaro hijo. La Iglesia , a su gran príncipe. La lucha por la libertad y contra la ignominia imperante es el mejor y el único homenaje que debemos rendirle.

Dios lo tenga en su gloria.


sanchez2000@cantv.net
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